Israel tiene una nueva banda sonora. En radios, bares o tiendas suena Harbu Darbu, un potente tema de hip hop aferrado al número uno en reproducciones en el país en Spotify y YouTube desde su lanzamiento el 14 de noviembre. La letra habla de escribir nombres en los misiles que lanza el ejército sobre Gaza y de matar a “Abu Baklava” (una burla genérica de los nombres árabes) y a las modelos Bella Hadid y Mia Khalifa y la cantante Dua Lipa por solidarizarse con Palestina. “Otra X en el arma porque a cada cerdo le llega su San Martín”, “Os hemos llevado todo el ejército y juro que no habrá perdón” o “Preparad vuestro culo, que viene la Fuerza Aérea, la vibración se siente hasta en Tel Aviv” son otros de los versos con los que el dúo Ness y Stilla ha conectado con el estado de ánimo imperante en el país, en el que el trauma y el dolor por el ataque masivo de Hamás el 7 de octubre se entremezcla hoy con una suerte de euforia por el avance de las tropas en Gaza.
El último Índice de la Paz, un sondeo que elabora la Universidad de Tel Aviv, preguntó a finales de octubre, aún comenzando la invasión terrestre de Gaza después de tres semanas de bombardeos masivos: “Cómo definirías el uso que ha hecho en Gaza hasta ahora el ejército israelí de su potencia de fuego?”. Un 57,5% de los encuestados entre la mayoría judía (un 80% de la población) respondió “demasiado poco”; un 36,6%, apropiado; y un 1,8%, excesivo.
Otra encuesta, el Índice de la Voz de Israel que elabora el centro de análisis Instituto Israelí para la Democracia, apunta en la misma dirección. El más reciente, difundido el pasado día 5, mostraba un 87% de apoyo a retomar la ofensiva en Gaza tras la semana de alto el fuego, en los últimos siete días de noviembre, igual que se llevaba antes. Las diferencias por adscripción ideológica eran menores: 74% entre quienes se definen de izquierdas; 84%, de centro, y 93%, de derechas. Solo un 2% estaba seguro y un 4,7% pensaba que debía cambiar la forma de combatir, a fin de reducir las muertes de civiles y la presión internacional.
“Existe un consenso amplio en que hay que seguir hasta el final, ganar la guerra y después ir a elecciones. Cada uno tiene su propia imagen en la cabeza de lo que sería la foto de la victoria, pero todos tienen en común que Hamás no puede seguir controlando Gaza”, asegura por teléfono Uriel Abulof, profesor asociado de Ciencias Políticas en la Universidad de Tel Aviv, visitante en la de Cornell (EE UU) y autor del ensayo The Mortality and Morality of Nations (La mortalidad y la moralidad de las naciones). Abulof señala que, además de que “los israelíes no ven las mismas imágenes de lo que pasa en Gaza que en el resto del mundo”, la gran mayoría juzga “soportable” el número de víctimas civiles dada la importancia que dan a la misión, por “una pequeña minoría que se alegra de verlas”.
Las diferencias se dan más en torno al famoso “día después”. Según una encuesta de noviembre del diario Maariv, un 44% quiere que Israel mantenga el control de la franja de Gaza; un 22%, solo la seguridad; y otro 22%, que reconstruya los asentamientos que desmanteló en 2005, cuando el Gobierno de Ariel Sharon decidió unilateralmente sacar a todos los soldados y colonos. Cinco años antes, Israel había retirado sus tropas del sur de Líbano. Ahora es el gran bastión de Hezbolá, la milicia a la que Irán ha ayudado a construir un arsenal mucho más potente que el de Hamás. Los dos casos son el contexto por el que tantos israelíes sienten hoy que las retiradas territoriales ponen en peligro a su país. Y por el que ―dentro de la distinción que se hace en el argot nacional entre guerras elegidas e inevitables― prácticamente nadie duda entre cuál de las dos está esta.
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La otra parte del contexto ―los 57 años de ocupación militar de los territorios palestinos, con casi dos décadas de bloqueo y ofensivas cada pocos años en Gaza para “cortar la hierba”― es en cambio desdeñada, ignorada o ridiculizada, como muestran las críticas al secretario general de la ONU, António Guterres, por mencionarlo o los memes que muestran el asesinato de un judío ante una fosa común nazi acompañado de la frase: “Depende del contexto”.
El apoyo abrumador a la invasión de Gaza no se extiende en absoluto al Gobierno. En la encuesta de la Universidad de Tel Aviv, un 53,2% califica de pobre la gestión de la guerra del primer ministro, Benjamín Netanyahu, y un 56,3% la del Ejecutivo. Según una encuesta difundida el viernes por el diario Maariv, los partidos que integraban el Ejecutivo (el Likud de Netanyahu, ultranacionalistas y ultraortodoxos) hasta la formación a finales de octubre de uno de concentración solo obtendrían hoy 44 de los 120 diputados de la Knesset. Lograron 64 en las últimas elecciones, en noviembre de 2022. Si mañana hubiese comicios, Unidad Nacional, el partido de Benny Gantz ―que se ha sumado al Gobierno de concentración y participa en las ruedas de prensa junto a Netanyahu y al ministro de Defensa, Yoav Gallant― se haría con casi un tercio del Parlamento: 38 escaños. A la pregunta de quién está más capacitado para ser primer ministro, un 51% elige a Gantz, por un 31% a Netanyahu.
Insignias militares
El cambio del ambiente entre la población es visible. La cafetería Kadosh, una auténtica institución en Jerusalén que acaba de mudarse a un local más grande por las colas que se formaban a la entrada, ha sacado una colección especial de repostería con las insignias y colores de las distintas unidades militares que combaten estos días en Gaza. El pequeño chocolate que entrega con el café la principal cadena de cafeterías, Aroma, está ahora envuelto por la bandera nacional. Con 360.000 reservistas movilizados, además de los militares de carrera y de un servicio obligatorio de entre dos y tres años para cerca de un 70% de la población, hay pocos judíos en Israel que no teman por la vida de un hijo, padre, nieto o sobrino, bien en Gaza, bien movilizado en las fronteras con Líbano y Siria.
La presencia por doquier de personas en uniforme contrasta con la invisibilidad de los palestinos, salvo cuando combaten a las tropas. Los muertos en Gaza se acercan a los 18.000, un 70% de ellos mujeres y menores, según los datos del Ministerio de Sanidad del Gobierno de Hamás que Israel y el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ya no cuestionan abiertamente. Apenas salen, sin embargo, en los informativos, como en el resumen de dos meses de guerra del canal 12 de televisión, que concluía con la frase: “Es o nosotros o ellos”. Los propios periodistas suelen usar “nosotros” o “nuestras fuerzas” al hablar de las actuaciones militares. Una famosa presentadora se indignaba la pasada semana por las críticas de “el español ese”, en alusión al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
La narración de lo que sucede en Gaza suele venir de mano de los denominados corresponsales militares, que trasladan la que les proporciona el ejército. El 31 de octubre, cuando un bombardeo dejó varios cráteres inmensos en el campo de refugiados de Yabalia y los canales árabes mostraban en directo a la gente sacando cadáveres de niños de entre los escombros, la televisión pública daba cuenta de la “eliminación” en el ataque de un mando del brazo armado de Hamás. A veces se añade la frase: “Los palestinos informan de varios muertos”.
En tiempos de guerra, la bandera envuelve a todos. El principal programa satírico, Eretz Nehederet, ha ridiculizado la cobertura de la BBC con una entrevista ficticia al líder de Hamás en Gaza, Yahia Sinwar, en la que la periodista lamenta que el mundo no se movilice porque el llanto de un bebé rehén le impide dormir o porque el desplazamiento forzoso de cientos de miles de palestinos le priva de escudos humanos. Concluye con imágenes de archivo de la II Guerra Mundial en las que se burla de cómo el “desalmado” primer ministro británico, Winston Churchill, “rechazó un alto el fuego y continuó su ataque genocida” contra Alemania.
La brutalidad del ataque de Hamás, con unos 1.200 muertos (principalmente civiles asesinados en sus casas y en un festival de música) ha despertado el trauma colectivo del Holocausto. Aunque apenas quedan ya supervivientes y el exterminio de seis millones de judíos no forma parte del legado personal y familiar de la mitad de israelíes, por sus países de origen, los relatos de personas indefensas escondidas en habitaciones, cadáveres calcinados dentro de sus casas o jóvenes escondidos en matorrales aquel 7 de octubre remiten identitariamente al Holocausto.
Esta sensación de inseguridad ha dado paso a otro concepto clave: Israel, creado tres años después del Holocausto, es la garantía del famoso lema “Nunca más”. Y los judíos que fueron gaseados indefensos durante la II Guerra Mundial tienen hoy un Estado y un ejército poderoso que no admite lecciones del mundo. Un pensamiento que plasma el bloguero Avi Weiss en su última entrada en el diario The Times of Israel, titulada “Querido mundo: Me da igual”: “Me da igual si estás en la calle agitando tu bandera y cantando tus eslóganes. No moriremos en silencio de la forma en que querrías que lo hiciésemos. Por primera vez en 2.000 años [cuando los judíos perdieron su último reducto de autonomía política] estamos organizados, motivados y nos defendemos”.
Aunque acentuado por la dimensión del 7 de octubre, el fenómeno no es nuevo. En la ofensiva de 2014, la más letal en Gaza hasta la actual, menos del 4% de israelíes judíos pensaban que el ejército estuviese usando fuerza excesiva. Seis años antes, durante la operación Plomo Fundido ―que dejó más de 1.400 palestinos muertos― el diario de mayor difusión, Yediot Aharonot, llevaba en portada la muerte de un perro del ejército por un cohete palestino.
Lo nuevo es la vaguedad del “ellos”, como en la citada canción de moda, en cuyo vídeo el cantante muestra la frase “Fuck Hamas”, pero menciona entre quienes deben morir al genérico Abu Baklava o a quienes “apoyaron” el ataque de Hamás. “Cuando se dice que Hamás debe ser eliminado, significa también quienes cantan, los apoyan o distribuyen dulces [en celebración de los ataques]. Todos esos son terroristas y deben ser eliminados”, señalaba el ministro de Seguridad Nacional, el ultraderechista Itamar Ben Gvir, en una entrevista televisiva.
Lenguaje deshumanizador
El lenguaje deshumanizador o que ―directa o indirectamente― considera blanco legítimo a todos los gazatíes está muy extendido. Desde el presidente, Isaac Herzog, proveniente del laborismo y que considera que “hay toda una nación ahí que es responsable” porque no se rebelaron contra el Gobierno de Hamás, hasta Avigdor Lieberman, exministro de Defensa y Exteriores que tuiteó el pasado domingo que “no hay inocentes en Gaza”. Un ministro ultraderechista, Amijai Eliyahu, consideró una opción lanzar una bomba atómica y Merav Ben-Ari, diputada del partido de Yair Lapid, Yesh Atid, cree que “los niños de Gaza se lo han buscado”. Tally Gotlib, diputada del Likud, pide “bombardeos desde el aire sin piedad” para no poner en peligro a los soldados y dejar de “sentir lástima por los gazatíes no involucrados” porque “no los hay”; y su compañera de partido Galit Distel Atbaryan consideraría “inmoral” que el ejército no se comportase de manera “vengativa y cruel”.
El propio Netanyahu mencionó a Amalek, la nación enemiga de los israelitas cuyo exterminio pidió Dios al rey Saúl, y justificó la entrada al sur de Gaza desde Egipto de dos camiones con combustible diarios (incumpliendo una promesa previa) en que el desarrollo de una epidemia (el sistema de tratamiento de aguas necesita fuel) obligaría a poner fin a la guerra antes de tiempo y podría afectar también a los soldados o incluso cruzar a Israel.
Este tipo de discurso preocupa al investigador israelí Omer Bartov, destacado estudioso del fenómeno de los genocidios y profesor de Estudios de Genocidio y Holocausto en la prestigiosa universidad estadounidense de Brown. El mes pasado causó una marejada al publicar un artículo de opinión en el diario estadounidense The New York Times en el que aclara que Israel no está cometiendo uno en Gaza, pero ve “intención genocida” y advierte de que “podríamos estar viendo una operación de limpieza étnica que podría convertirse rápidamente en genocidio”.
En una entrevista por videoconferencia, Bartov diferencia entre el lenguaje peyorativo entre culturas y el que se da antes o durante un genocidio, y que consiste en un “esfuerzo concertado por el Estado o por actores principales por hablar de un grupo particular como inhumano, de una forma que incita a la violencia, da licencia a tratarlo de manera diferente” e influye en la actuación de los soldados, aunque no haya órdenes expresas.
“El régimen hutu [en Ruanda] hablaba de los tutsis como cucarachas, o los nazis de los judíos como alimañas. Ahora, desafortunadamente, cuando se habla sobre Hamás siempre hay un deslizamiento entre hablar sobre Hamás y hablar sobre Gaza como animales humanos. Y llamarlos constantemente nazis. Es algo muy específicamente israelí, porque si dices de algunos que son nazis, solo hay una cosa que hacer con ellos, matarlos. Así que ese tipo de lenguaje, sea deshumanizador o poniéndolo en un tipo de marco mental ideológico, es pregenocida”, señala Bartov.
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