Néstor Astudillo, uno de los activistas venezolanos liberados: “Nunca perdí la esperanza”

Aunque él mismo reconoce que no es, propiamente, un dirigente sindical, el activismo político que ha desempeñado Néstor Astudillo en ciertos sectores gremiales neurálgicos y particularmente descontentos con el chavismo ha sido tan efectivo que generó una furiosa reacción del Gobierno de Nicolás Maduro y le valieron una condena a 16 años de prisión. Astudillo es miembro de la Dirección Nacional de Bandera Roja, un curioso partido marxista de cuadros políticos “carbonarios”, osados y comprometidos, pero enemigo del chavismo, y aliado de los sectores más intransigentes de la oposición venezolana.

Con 38 años, Astudillo es ingeniero civil graduado en la Universidad Nacional de los Llanos Ezequiel Zamora, Unellez, y vive en Charallave, en la zona de los Valles del Tuy, una región-dormitorio cercana a Caracas donde conviven sectores de clase media popular con barriadas de extrema pobreza. Junto a Gabriel Blanco, Reinaldo Cortés, Alcides Bracho, Alonso Meléndez y Emilio Negrín, Astudillo fue uno de “los seis sindicalistas” condenados a 16 años de prisión en un juicio expreso, acusados de asociación para delinquir y terrorismo. Fueron liberados en el acuerdo del gobierno de Maduro con la oposición venezolana y los Estados Unidos, a cambio del empresario de Alex Saab.

“Mis padres, mi papá y mi padrastro, son policías”, relata. “A pesar de ser militante de izquierda, comprendo esa dinámica. Respeto el oficio policial, y eso me ayudó a tratarlos en la cárcel. La gente odia a los policías hasta que los necesita. Desde una de las cárceles, al final, pude ir a dar clases a otros penales, como Boleíta y San Agustín”.

Pregunta. ¿En cuáles lugares estuvo preso?

Respuesta. Estuve primero en un centro de resguardo del Dgcim (Dirección General de Contrainteligencia Militar), sin orden judicial de ninguna clase. Era un centro clandestino. Supe luego que era no muy lejana a uno de los campos de tiro de Fuerte Tiuna. Ahí tuvieron cautivo al capitán Acosta Arévalo, que fue torturado hasta morir.

P. ¿Cuánto tiempo estuvo ahí?

R. Tres horas. De ahí me llevaron a La Quebradita, un centro de detención de la Policía Nacional Bolivariana. Ahí estuve en un calabozo con presos comunes.

P. ¿Cómo eran esas celdas, las condiciones de su reclusión?

R. Eran tres celdas, con unos pasillos. Al momento de llegar ahí no había hacinamiento en esos espacios. A otros de los sindicalistas acusados los trasladaron para allá. Ese calabozo era relativamente habitable, con colchones en el piso. Los presos se comportaron. Ahí estuvimos una semana más.

P. ¿Adónde fue después?

R. Al Centro de Detención de La Yaguara, en Caracas, también de la PNB. Ahí había unos 215 detenidos y ocho celdas, de tamaño variado. En la celda donde yo estaba cuando nos liberaron éramos 42 personas. En la celda A, que era cerca, del mismo tamaño que la nuestra, tenían a 120 presos.

P. ¿Era común ver violencia entre los presos?

R. Sí, la había. La “rutina penitenciaria” es un código de hierro que te impone la cárcel. Está fundamentada en la imposición y la dominación. Todo hay que pagarlo. Lo primero que quieren saber los presos cuando entras es qué fue lo que hiciste. La gravedad del delito impone una lógica de la rutina penitenciaria. Al que entra por violación o asesinatos de niños le irá muy mal. Cuando el preso es político, muchas veces los presos se quedan confundidos, el trato es otro. Al comienzo fue complejo, muy agresivo, pero tuvimos muchas conversaciones de política después con malandros.

P. ¿Cómo se sintió en la cárcel?

R. En un mundo desconocido, distinto al de la calle. Como político, me atrevería a decir que fue una experiencia incluso interesante. Teníamos visitas diarias, la familia te lleva la comida. Había un patio para tomar sol, pero como son todas las cosas en las cárceles de aquí, había que pagar para tener derecho a usarlo. Como no quise pagar, pasé los primeros meses en la celda, con dos salidas autorizadas del día, para el baño y el aseo, una muy temprano en la mañana y otra en la tarde. Si era necesaria otra idea al baño, había que pedir permiso a los funcionarios, y pagar para ir. En las salidas de la 5 de la mañana, se podía ver el sol. El que paga obtiene las cosas que necesita. El que no lo hace, tiene que trabajar para el delincuente que gobierna las celdas. Yo impuse mi condición de preso político. Al final hice mucho trabajo con los presos.

P. ¿Qué sintió, siendo un preso político, cuando le informan que tenía sentencia de 16 años de prisión bajo acusaciones de terrorismo?

R. Lo supe en el desarrollo del juicio. Fuimos 36 veces al Palacio de Justicia a los juicios. Pensé que podrían ser más años. No perdí la calma, siempre tuve presente que, al ser presos políticos, la propia coyuntura nos iba a permitir tener opciones en una negociación, en una amnistía, un intercambio.

P. ¿Qué trato recibió de los policías y carceleros?

R. Normal, en principio tú eres un preso más. No te pegan, todo te lo cobran, sobre todo cuando ven que estudiaste algo, que no hablas como malandro. Te meto miedo para que pagues por las cosas que digo que pagues. Eso va cambiando con el tiempo, cuando te conocen. Algunos policías terminaban por tener un trato considerado, y te permitían ciertas cosas. Los oficiales altos evitan tener cualquier trato con uno

P. ¿Lo torturaron, le pegaron, lo maltrataron en este proceso judicial?

R. A mí, no. A John Álvarez (dirigente estudiantil preso en el mismo procedimiento), sí, a Alcides Bracho lo amenazaron, sufrió vejaciones y lo castigaron.

P. ¿Cómo se sintió cuando supo que quedaba libre, luego de esa condena a 16 años?

R. En principio, algo de sorpresa. Pensábamos que era posible, pero el desenlace se adelantó. Sentí alegría, claro. Pensé en los presos, en la gente que se queda. Me he propuesto ayudarlos y visibilizarlos.

P. ¿Cómo se siente ahora en este estatus?

R. Estuve preso, pero mentalmente me sentí siempre libre. Viví la experiencia. Tuve actividad intelectual, di clases en otros penales. Yo no paré de hacer cosas, trabajo político. Mi plan es el de siempre, seguir en la lucha social en el país.

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By Gladis Covas Pulido

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