La hija de Nancy Pelosi visitó a los ultras que iban a linchar a su madre. Salió bien | Televisión

Cuando una turba asaltó el Capitolio en Washington el 6 de enero de 2021, había muchos que gritaban: “¿Dónde está Nancy? Vamos a colgarla”. Buscaban a Nancy Pelosi, la líder demócrata de la Cámara de Representantes, que estaba atrincherada con el vicepresidente Mike Pence (a quien también perseguían) y el resto de parlamentarios que iban a certificar la victoria electoral de Joe Biden. La cineasta Alexandra Pelosi, la hija menor de Nancy, quiso entender a esa gente que pretendía linchar a su madre. El resultado es un documental impactante: Los insurgentes de al lado, estrenado en HBO Max.

Alexandra Pelosi, con su cámara al hombro, visita a un buen puñado de insurrectos que han sido procesados o condenados a penas de prisión. Hace un esfuerzo sincero por comprender sus motivaciones, aunque a veces salta a discutir lo que dicen. Todas las conversaciones son cordiales. Una primera conclusión: las personas son mejores de una en una que metidas en la multitud. Algo pasa en el cerebro humano cuando se es parte de una masa excitada. Lo llaman mentalidad de rebaño.

Algunos entrevistados responden a los perfiles esperables, pero aun así pasan cosas chocantes. Habla con un tipo que se tatuó en la frente “Proud Boys”, el nombre de un grupo paramilitar que dice estar preparado para una guerra civil. Él es músico y en sus canciones rapea versos como este: “Jódete, Nancy, odio a esa zorra pero me la follaría”. Se la pone a Alexandra, que no se lo toma mal. El hombre no se arrepiente de nada. Le presenta a su familia, toma en brazos a su bebé. Y la directora lo acompaña a la puerta de la cárcel para verlo despedirse de los suyos antes de entrar. Otro personaje aquí retratado, quizás el más grotesco, es creyente en todas las teorías de la conspiración, no solo la del fraude electoral, sino también la de que activistas de izquierda infiltrados propiciaron el asalto al Capitolio, vaya usted a saber para qué. Se empeña en enseñarle vídeos a Pelosi que no demuestran nada, pero que él interpreta a su manera.

Otros entrevistados desafían todos los prejuicios: no todos los que asaltaron el templo de la democracia, movilizados por los bulos de Donald Trump, responden al cliché de reaccionarios. Varios dicen que habían votado antes a Obama. Hasta hay un joven que asegura que en 2021 votó a Biden, pero fue al mitin de Trump y luego al Capitolio por acompañar a su hermana. Uno es homosexual y tiene marido. Otro fue actor porno, y cuenta que desató su furia tras romper con su novia, resulta que era prostituta, tras hacerle caros regalos como un iPhone. Eso le llevó a la conclusión de que la izquierda quiere destruir a la familia. “¿Asaltaste el Capitolio porque cortaste con una novia que era prostituta?”, le pregunta una atónita Pelosi. “Los hombres somos raros, sí”, responde.

Queda claro que lo personal puede convertirse en político. Varios de los sublevados el 6 de enero relacionan su papel en la revuelta con sus propios traumas, fracasos o problemas de salud mental. Desahogaron su frustración abrazando los bulos (sobre el fraude electoral, sobre la trama de pedófilos, sobre el globalismo o el reemplazo de los blancos) que propagaban el trumpismo y sus medios afines. Una de las encausadas celebró así el primer aniversario de la insurrección: se emborrachó, montó en su coche y condujo en dirección contraria hasta provocar un accidente mortal. También está pendiente de juicio por eso.

La mayoría no se ha apeado de sus simpatías por Trump después de haber pagado elevadas multas o ingresado en prisión, o llevando todavía una tobillera para el control telemático de su libertad condicional. Algunos sí admiten que se sintieron decepcionados, que los que ocuparon el Congreso esperaban que llegara allí su líder y no que les abandonara a su suerte. Solo uno, que habla desde la prisión, se manifiesta arrepentido sin reservas, y vive aislado porque en su módulo hay otros “patriotas” que lo consideran un traidor.

El mensaje del documental resulta perturbador. Esa gente radicalizada, dispuesta a luchar en las calles contra lo que habían decidido las urnas, capaz incluso de apuntarse al linchamiento de autoridades, no son extraterrestres, sino nuestros vecinos. Alexandra Pelosi demuestra que el diálogo es posible. Los ultras tienden a deshumanizar a quienes consideran sus enemigos: sería un error deshumanizarlos a ellos.

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By Gladis Covas Pulido

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