Marisol Rodríguez y Maximiliano Cortés han cruzado este jueves Acapulco con su bebé Lía en brazos. Han caminado más de siete kilómetros hasta una estación de autobuses para conseguir salir de una ciudad arrasada. Como ellos, hay miles de personas en la que era hasta hace dos días una de las joyas turísticas de México. Tan solo el martes comenzaba una convención de minería con más de 5.000 asistentes, también un encuentro deportivo con 800 menores. La vida sucedía hasta que irrumpió Otis convertido, en unas horas, en un huracán de categoría cinco. El Gobierno federal solo ha confirmado de momento 27 muertos y cuatro desaparecidos, pero grandes zonas siguen incomunicadas sin ayuda ni asistencia. Desde la madrugada del miércoles, la emergencia se ha apoderado de Acapulco.
Llegar a Chilpancingo, la capital del Estado de Guerrero y a unos 130 kilómetros del centro de la crisis, supone para los turistas volver a la electricidad, a la conexión de internet, al agua potable y a las tiendas de alimentos. “No se puede comprar nada en Acapulco, ni aunque quieras”, dice Cortés. Él y su familia apenas llevaban un par de días en la ciudad costera cuando el piso nueve del hotel Emporio empezó a balancearse. Después el viento, que superó los 250 kilómetros por hora, hizo estallar los cristales de la habitación. Ellos volcaron un colchón contra una pared para protegerse y cuando amainó se escondieron en el baño. De ahí solo los sacaron los toques en la puerta del personal de mantenimiento que estaba reuniendo a todos los huéspedes en un salón de convenciones, también inundado.
El relato de terror no cambia mucho entre los edificios de la costera Miguel Alemán, uno de los puntos centrales de una ciudad que lleva décadas viviendo del turismo. En el hotel Playa Suites estaban alojados los 800 menores que participan en el encuentro estatal, deportivo y cultural de Guerrero. Luis Hernández y Alejandro Márquez eran los encargados de grabar el contenido del evento, en vez de eso, tienen imágenes de dron de una ciudad donde el 80% de los hoteles están afectados. “Fue como vivir un sismo de dos horas”, resumen los jóvenes, que son de Ciudad de México, “ves como todo revienta a tu alrededor, las niñas gritaban, el aire busca salida y empuja todo por los pasillos, que sale volando”.
Las imágenes que llegan de Acapulco muestran un paraíso de mar y playa convertido en cascarón. Pero el peligro es más profundo: la ciudad lleva desde la madrugada del miércoles sin electricidad, lo que ha provocado cortes en el suministro de agua potable, tampoco hay conexión telefónica ni de internet, y ya han empezado a escasear los víveres. Un caos provoca otro. Han comenzado los saqueos de las grandes cadenas como Oxxo, Walmart o Soriana. “El hotel nos avisó que ya no podía garantizarnos el agua, la comida ni la seguridad”, señala la familia Chávez, que se estaba reuniendo en Acapulco desde Guadalajara, Ciudad Juárez y Tucson (Arizona).
Ahora el reencuentro familiar es en la terminal de Chilpancingo con las maletas desperdigadas alrededor mientras buscan cómo seguir su ruta a casa. Su hotel, el Mayan Palace, facilitó a todos sus huéspedes la salida de Acapulco ante el brutal escenario que se asoma. Ellos fueron de los últimos del edificio, pero no de la ciudad. La gobernadora de Guerrero, Evelyn Salgado, ha dicho que entre las siete y las nueve de esta tarde empezaban a salir los 30 autobuses diarios para desalojar a la ciudad de sus turistas.
Pily y Juan, que llegaron a Acapulco el mismo martes que el huracán, solo unas horas antes, han tardado más en salir que tiempo en la convención de minería a la que asistían. Las paredes de piedra de su hotel, Las Brisas, situado a un costado de la bahía, resistió mejor que otros la embestida de Otis. Pero ya se estaba acabando la comida. Han salido este jueves a las 10 de la mañana con el coche que ya traían rentado, pidiendo indicaciones a la Guardia Nacional, porque no quedan letreros ni Google Maps. Han tardado siete horas en recorrer los poco más de 100 kilómetros hasta Chilpancingo.
“Hay demasiada gente tratando de salir”, resume la familia Chávez, que describe los postes de luz tirados, los árboles caídos, los coches huyendo con los vidrios rotos y los vehículos descompuestos en la ruta sin nadie que pueda subir a los varados. Los que salen de Acapulco salen llenos. Los taxistas cuentan que están cobrando 500 pesos por persona, unos 25 dólares, por la ruta. Se van los turistas sin que nadie sepa todavía cuándo volverán a regresar.
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