Sound Of Freedom, “la película que no quieren que veas”, es un largometraje sobre la trata infantil inspirada en las hazañas de Tim Ballard, un personaje con más sombras que luces.
Éxito sorpresa del verano en Estados Unidos, ha recaudado 200 millones —habiendo costado 14,5— gracias a una campaña sustentada en el proselitismo. Una de las cosas que el cine me ha enseñado sobre la vida es que cuando un director promociona su película como “necesaria” es porque la película es pésima. Y por cierto, me fío antes de un asesino a sueldo que de un director de cine “necesario”.
No estamos ante la típica película “necesaria” de izquierdas. Estamos ante la típica película “necesaria” de derechas (tan de derechas como QAnon). En Estados Unidos hay un enorme mercado de cine cristiano con figuras como el director David A. R. White y empresas como Pure Flix o Angel Films (responsable de la película que nos ocupa) haciendo películas técnicamente competentes y con guiones entretenidos. No es el caso de Sound Of Freedom, que parece escrita por un prepúber. Su ramplona puesta en escena subraya con torpeza que la pederastia está mal (por si no se le hubiera pasado al espectador por la cabeza). Se me ocurren denuncias más honestas sobre la delincuencia (La vida loca) y títulos más inteligentes sobre la pederastia y la prostitución (desde Taxi Driver hasta la desconocida A God’s Lonely Man). Se me ocurren pocas comparaciones más desafortunadas que la que hace Jim Caviezel (su protagonista) tras los créditos: “Esta es La cabaña del Tío Tom del siglo XXI”. De todo el despropósito lo peor es la infamia de querer convertir una mala película en un estandarte moral. Y de eso —que me perdonen los de Angel Films— en España sabemos más que nadie.
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